Viendo la imagen final de los libros que he seleccionado como mis mejoras lecturas, queda bastante claro que me encanta leer vidas de otros. Disfruté muchísimo con ese canto de amistad que es el libro de Cristina Peri Rossi a su gran amigo Cortázar. Descubrí a Alessandro D´Avenia con El arte de la fragilidad . Saberse frágiles y aceptarlo es una de las enseñanzas de la vida. Me gusta descubrir a testigos de la vida. Y un testigo ha sido Philippe Lançon con El colgajo . ¿Cómo se puede sentir gratitud después de haber sufrido un atentado? Pues se puede. Igual de Delphine de Vigan siente un amor tan profundo hacia su madre, a pesar de la infancia que la hizo pasar. Sanmao también nos cuenta el pozo oscuro en el que cayó después de la muerte de su marido. No consiguió salir de él. Leer la vida de los demás te hace poner en perspectiva la tuya. Leer a Ayestarán y su Jerusalén, santa y cautiva, te hace conocer una ciudad testigo de tanto sufrimiento. Con Los silencios de la libertad
A la llana y sin rodeos, Juan Goytisolo.
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Discurso de Juan Goytisolo al recibir el premio Cervantes, 23 de abril 2015
Discurso completo de Juan Goytisolo en el Premio Cervantes 2014
Es
empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, "deshacer
tuertos y socorrer y acudir a los miserables" e imagino al hidalgo
manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra
los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los
desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a
Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma
por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas
socorriend ...
(c) 2015 Europa Press. Está expresamente prohibida la redistribución y
la redifusión de este contenido sin su previo y expreso consentimiento.Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y
otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus
vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se
esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los
tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el
silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas
que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible
legislador que es el vulgo. Alcanzar la vejez es comprobar la
vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la
gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las
hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos
luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la
existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en
un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías
corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el
radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre. Es empresa de
los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer
y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a
lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la
Santa Hermandadque proceden al desalojo de los desahuciados, contra los
corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de
las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con
puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo
único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad. Sí, al
héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela
nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de
paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y
exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si
ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un
refrán para defenderla. El panorama a nuestro alcance es sombrío:
crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas
que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive
hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del
nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor
no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la
pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir
el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar
la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la
saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la
encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo
“devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral
capítulo IX de la Primera. Parte del libro le indujo a adelantarse a
él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de
derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega
hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso
Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador
enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y
asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal
es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad
inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien
alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos
resignamos a la injusticia.
Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y
otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus
vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se
esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los
tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el
silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas
que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible
legislador que es el vulgo. Alcanzar la vejez es comprobar la
vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la
gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las
hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos
luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la
existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en
un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías
corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el
radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre. Es empresa de
los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer
y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a
lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la
Santa Hermandadque proceden al desalojo de los desahuciados, contra los
corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de
las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con
puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo
único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.
Sí, al
héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela
nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de
paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y
exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si
ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un
refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es sombrío:
crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas
que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive
hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del
nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor
no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la
pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir
el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar
la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la
saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la
encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo
“devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral
capítulo IX de la Primera.
Parte del libro le indujo a adelantarse a
él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de
derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega
hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso
Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador
enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y
asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal
es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad
inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien
alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos
resignamos a la injusticia.
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