Todas sus elecciones tuvieron siempre esa dimensión oral. Había dirigido el Asilo de Huérfanos Judios por más de 30 años, cuando los nazis lo trasladaron, y marchó al gueto rechazando sistemáticamente las coberturas que le ofrecían sus amigos; era médico y hubiera podido desempeñarse en la alta sociedad polaca, pero prefirió atender a obreros y menesterosos. Fue profesor en la Universidad de Varsovia, pero dejó las aulas para dedicar todo su tiempo a los niños abandonados. En aquel día de agosto pudo haberse quedado en Varsovia, pero eligió el viaje.
"Mi vida fue difícil, pero interesante, una vida así le he pedido a Dios en mi juventud. He rezado en la profundidad de mi alma, Dios dame una vida dura, difícil, bella y elevada."
Es muy posible que su último cuento de hadas haya quedado guardado -celosamente- en las maderas del vagón que lo llevó a Treblinka y, seguramente, los niños hayan entrado a las cámaras de gas arropados con las palabras del maestro polaco.
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